Conociendo
nuestra historia...17 de diciembre de 1830
DAMELIS
GASPAR
Carúpano. El profundo
dolor que le produjo el asesinato del gran mariscal de Ayacucho, Antonio José
de Sucre, determinó el agravamiento de los males y dolencias del Libertador
Simón Bolívar, por tal motivo sus amigos le aconsejaron el abandono de
Cartagena. En busca de un clima mejor, el General Montilla obtuvo en calidad de
préstamo, del español Don Joaquín de Mier, la casa de recreo de éste, situada
en Santa Marta. En camino hacia Barranquilla sus quebrantos y males empeoraron,
con dolores en el bazo y en el hígado, con reumatismo, delgadez, debilidad,
falta de apetito, tos, irritación de pecho. Desesperado por su enfermedad
Bolívar hizo avisar al capitán del bergantín Manuel, de propiedad del hidalgo
de Mier, conducirlo a Santa Marta, a la mayor brevedad posible, donde llegó el
día primero de diciembre de 1830. Donde lo esperaban las autoridades de la
ciudad y don Joaquín de Mier, en cuyos rostros se dibujó solo lástima al
contemplar al Libertador de Venezuela, casi moribundo, temblorosos y con los
ojos brillantes por la fiebre. De allí, fue trasladado a la antigua casa del
consulado español en la ciudad, donde lo visitó por primera vez el Doctor
francés Próspero Reverend. El seis de diciembre el Libertador continuó hacia la
quinta del Marqués de Mier, a San Pedro Alejandrino, donde el interior de la
casa le recordó a la gente de España, de las que descendía y también, todas las
ofensas e injusticias de que había sido objeto en los últimos tiempos por parte
de sus compatriotas, a raíz de esto, se escapó de sus labios la siguiente frase amarga: "Los tres grandes
majaderos de la humanidad hemos sido: Jesucristo, Don Quijote y yo..."
Para el ocho de diciembre, según el Reverand presentaba fiebre con más fuerza,
hipo y quejidos. Para el nueve de diciembre, aprovechando los momentos de
lucidez llamó a su secretario y en presencia de los oficiales que no habían
querido abandonarle, dictó su última proclama para sus compatriotas, que en
determinada parte, decía..."He sido víctima de mis perseguidores, que me
han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono!. Además,
...Colombianos! Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se
consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro". La salud del
Libertador empeoraba y empezó el delirio precursor de la agonía..."vámonos,
vámonos, exclamaba, esta gente no nos quiere en esta tierra..."
El 17 de
diciembre de 1830, a sus 47 años, a la una en punto de la tarde, expiró el
Libertador, el más grande de los hombres de América, quien añoró un pueblo
libre, fuerte y virtuoso.